domingo, 24 de junio de 2012

TURING.... hombre de Ciencia


La comunidad científica rinde hoy homenaje a Alan Turing (1912-1954), uno de sus miembros más brillantes. Hoy se cumplen cien años de su nacimiento en Londres, un acontecimiento que será aprovechado para repasar a través de exposiciones y conferencias su extraordinaria contribución a la ciencia y a la humanidad. Porque además de ser considerado el padre de la informática y de la inteligencia artificial, ha pasado a la historia como el hombre que ayudó a salvar miles de vidas durante la II Guerra Mundial.
Lo logró gracias a su gran intuición matemática. El científico británico fue el arquitecto del dispositivo 'Bombe', con el que desde la instalación militar de Bletchley Park, a unos 80 kilómetros de Londres, los británicos fueron capaces de descifrar los mensajes encriptados de la máquina alemana 'Enigma' que usaban los nazis. Su sistema ayudó a los Aliados a vencer a los germanos y, según calculan muchos analistas, permitió acortar la duración de la guerra en un par años, evitando la muerte de miles de personas.
Turing también realizó importantes investigaciones en biología del desarrollo. "Hay pocos científicos que hayan hecho contribuciones tan determinantes a la ciencia", apunta Ramón López de Mántaras, director del Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial (IA) del CSIC.
Un legado sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que tuvo una vida corta. Murió a los 42 años. Se suicidó en 1954, dos años después de que fuera condenado por ser homosexual, pues en aquella época se consideraba un delito. Y es que aunque el científico fue reconocido por su valiosa aportación de la ciencia, fue víctima de la intransigencia de la sociedad inglesa de mediados del siglo XX.

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La primera gran contribución de Turing, repasa López de Mántaras, fue la Máquina Universal de Turing y el concepto de ordenador programable. Es decir, que puede desarrollar distintas tareas:  "Definió los límites de lo que un ordenador puede hacer".
Él fue el primero que definió de forma rigurosa el concepto de algoritmo, que marca las instrucciones que siguen los programas. Además, contribuyó a la construcción del ordenador ACE, aunque su prematura muerte no le permitió verlo acabado.
Su segunda gran aportación fueron sus trabajos sobre máquinas inteligentes: "Fue el precursor de las redes neuronales en inteligencia artificial", una rama que nació oficialmente en 1956. "La posibilidad de que las máquinas pensaran es una idea muy antigua, que ya se planteaba en la Edad Media", afirma.
En un artículo publicado en 1959 proponía una prueba, que se conoce como el Test de Turing, para medir las habilidades de una máquina. Un humano, que actúa como interrogador, debe conversar con una máquina diseñada para comportarse como una persona y con otro humano (a los que no puede ver) e intentar descubrir cuál es la persona y cuál es la máquina.
López de Mántaras sostiene que esta prueba, que sigue utilizándose en algunos ámbitos, ya no se considera relevante para medir el progreso de la inteligencia artificial: "Este test se centra en los conocimientos y habilidades que se pueden expresar. Y la inteligencia humana es mucho más que poder llevar a cabo un diálogo. Hay procesos cognitivos fundamentales que no son expresables y este test no puede valorarlos", explica.
El investigador del CSIC también destaca las investigaciones de Turing en biología del desarrollo: "Se preguntó por qué había tanta variedad en la piel de los animales de la naturaleza si las células embrionarias eran homogéneas. Para explicar por qué algunos tenían rayas y otros manchas formuló una teoría que este mismo año ha sido demostrada por un equipo de investigadores del King´s College: "Turing creía que los diferentes patrones de los animales (manchas, rayas, etc.) se debían a un desequilibrio en las concentraciones de dos morfogenes, uno que es inhibidor y otro activador. Si estas concentraciones estuvieran en equilibrio, no habría diferencia en los patrones", explica López de Mántaras.
Como recuerda David Leavitt en 'El hombre que sabía demasiado' (Editorial Antoni Bosch), sólo tras la desclasificación de los documentos sobre su trabajo en Bletchley Park y la posterior publicación de la magistral biografía de Andrew Hodges en 1983, empezó a hacérsele justicia a este gran pensador cuyo extraordinario legado e intuición siguen provocando admiración 60 años después de su muerte.


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