A pesar de la refulgente aureola y del favor público que lo acompañaron en el momento más alto de su notoriedad como investigador e ingeniero, Nikola Tesla siempre llevó una vida personal discreta. Como hombre retraído que era —soltero empedernido, trabajador autónomo, libre de compromisos empresariales y poco dado a la mezcolanza de ambientes—, llevaba una vida particular impenetrable para quienes lo rodeaban. No pocos serán, pues, los obstáculos que haya de salvar el biógrafo que pretenda relatar la carrera de uno de los nombres más señeros en el campo de la ciencia y de la ingeniería, si ésta pasa por al aislamiento voluntario del personaje en cuestión. Casi inmediatamente después de su fallecimiento —acaecido en 1943, a los ochenta y seis años de edad—, apareció la primera biografía de Tesla, Prodigal Genius, de John J. O'Neill, redactor jefe de la sección de ciencia de The New York Herald Tribune. Dadas las dificultades a las que se enfrentaba quienquiera que pretendiese desvelar otras facetas de interés del científico, durante muchos años fue la única biografía disponible de Tesla.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, se enviaron a Belgrado, capital de la entonces Yugoslavia, su país natal (aunque, en realidad, Tesla era ciudadano estadounidense), montañas de papeles procedentes de su biblioteca, que encontraron acomodo en un museo estatal que lleva su nombre. Las circunstancias que rodearon el traslado de este legado tienen interés, pero no nos extenderemos aquí en esta cuestión. Bastará con reseñar la distancia física que separa dicho museo de cualquier posible biógrafo estadounidense, por no mencionar las muchas restricciones que se encuentran los investigadores que pretenden acceder al material allí archivado.
En 1959, aparecieron dos someras biografías de Tesla. Los dibujos de la portada y las ilustraciones del libro de la doctora Helen Walter, destinado al público juvenil, ni siquiera se parecían mucho al científico.
Por otro lado, el ensayo de Margaret Storm, autoeditado e impreso en tinta verde, daba por sentado que Tesla era la encarnación de un ser superior, ¡procedente del planeta Venus por más señas! También destinada a jóvenes lectores, en 1961 salió a la luz una breve biografía, firmada por Arthur Beckhard: en la solapa, el nombre de Tesla aparecía mal escrito (en carta a un amigo, el inventor comentaba que nada le gustaría tanto como dirigir todas las descargas eléctricas de su laboratorio sobre quienes le alteraban su apellido); y poco, por no decir nada, refiere de los avatares de la vida del científico a partir de 1900 (Tesla tenía cuarenta y cuatro años por entonces). Ninguna de estas biografías aportaba nuevos datos: no eran sino un refrito de la de O'Neill, como pone de manifiesto la persistencia en determinadas y erróneas apreciaciones que las investigaciones se encargarían más tarde de desmentir.
En 1964, veinte años después de que apareciese la biografía de O'Neill, Inez Hunt y Wanetta Draper, residentes ambas en las proximidades de Colorado Springs, publicaron Lightningin His Hand: The Life Story of Nikola Tesla. Como el propio O'Neill nunca pisó la localidad donde, en 1899, Tesla instaló el laboratorio en el que llevó a cabo una serie de experimentos relacionados con la electricidad que, incluso a día de hoy, dejan boquiabiertos a científicos del mundo entero, el redactor no dispuso de información de primera mano acerca de las relaciones de entonces entre Tesla y sus convecinos. En cierto modo, puede decirse que, gracias a la biografía de Hunt y Draper, ilustrada con numerosas fotografías, Tesla se convirtió en un personaje de carne y hueso. Fieles al propósito que les había guiado a la hora de redactarlo, el libro constituía ante todo un compendio de las andanzas del científico en los seis meses que pasó en Springs.
Disponiendo ya, tras la aparición de Prodigal Genius de O'Neill, de la exposición biográfica mejor documentada y, probablemente, la mejor que podía haberse escrito en aquella época, si exceptuamos a Kenneth Swezey, escritor de divulgación científica y amigo íntimo de Tesla durante los últimos veinte años largos de su vida, ¿qué razones impulsarían a alguien a escribir una nueva biografía de Tesla? Con la ventaja añadida que proporciona el paso del tiempo, sin embargo, la biografía de O'Neill se nos antoja endeble a la hora de abordar la dimensión humana de Tesla, y coja en lo tocante a sus relaciones con colegas y amigos. Aunque el autor y Tesla mantuvieron una relación de amistad, lo cierto es que Tesla guardaba las distancias, y sólo a costa de enormes esfuerzos O'Neill llegaba a atisbar algo de las inquietudes que preocupaban al inventor, situación más que incómoda para cualquier biógrafo.
Es ingente la información que ha salido a la luz desde que O'Neill publicase su biografía, datos que, aparte de lo que ya sabíamos de Tesla, abren nuevas perspectivas. Muchas de las preguntas que se formulaban los estudiosos de su trayectoria ya han encontrado respuesta, pero con ellas se han planteado nuevos enigmas. Gracias a las leyes que facilitan el libre acceso a la información, hemos podido saber del enorme interés con que el Gobierno Federal seguía sus trabajos. ¡Qué remedio! En pleno fragor de la Segunda Guerra Mundial, durante las conferencias de prensa, en más de una ocasión, Tesla dejó pasmados a los informadores con sus comentarios sobre el desarrollo de armas de haces de partículas capaces de desintegrar aviones, o con cuestiones relativas a la telegeodinámica y otros conceptos igual de avanzados para la época. Si se trataba de afirmaciones empíricas o de meras especulaciones, el Gobierno Federal siempre se mostró cauto. Capítulo aparte merecen las derivaciones que llevaron a cabo distintos organismos federales sobre los trabajos de Tesla.
Haciendo memoria acerca de cuándo empezó a interesarme la figura de Tesla, recuerdo la admiración con que ya en mis años de estudiante de secundaria seguía sus investigaciones sobre altas frecuencias y altos voltajes, esas por las que alcanzaría renombre mundial. Tampoco olvidaré nunca lo mucho que me costó hacerme con ejemplares de sus publicaciones técnicas, o identificar las referencias de quienes habían escrito sobre los trabajos de Tesla. Aquella situación cuajó en un proyecto que habría de mantenerme ocupado durante varios años: la preparación de un catálogo exhaustivo (publicado como bibliografía en 1979, y del que fui uno de los editores) de los escritos de Tesla y de las publicaciones sobre su obra. Como mi interés por sus investigaciones sobre altas frecuencias y altos voltajes no disminuyeron durante la época en que cursé los estudios de ingeniería eléctrica, estas inquietudes me llevaron a conocer a algunas personas que habían trabajado para él, como Dorothy Skerritt y Muriel Arbus, que habían sido secretarias suyas, o técnicos de laboratorio, como Walter Wilhelm. Con el paso del tiempo, tuve la oportunidad de tratar a alguno de sus amigos personales, así como a otras personas que habían conocido a Tesla.
A medida que se acercaba el centenario de Tesla (1956), todo apuntaba a que el evento les importaba muy poco a las más eminentes agrupaciones de científicos e ingenieros de Estados Unidos. Con la ayuda de Skerritt, Arbus, Wilhelm y otras personas que habían manifestado su interés, fui cofundador de la Sociedad Tesla, con el único objetivo de poner en marcha y coordinar las actividades que marcarían el centenario de su nacimiento. Agotados los fastos conmemorativos, la Sociedad se disolvió; pero, tras los años de silencio que siguieron a su muerte, la sociedad civil tomó de nuevo conciencia de la influencia de Tesla: se produjo un renovado interés por los hallazgos que había predicho y demostrado, descubrimientos que no pudieron desarrollarse en su día por falta de medios tecnológicos en áreas tan importantes como las ciencias de materiales.
Inspiración: ése fue el ejemplo que nos dejó, para que otros inventores no cejasen en su empeño, el mismo acicate que el conjunto de su obra ofrece a los especialistas técnicos de nuestro tiempo. Con ocasión del septuagésimo quinto aniversario de Tesla (1931), sus coetáneos llegaron a decir que sus conferencias eran tan geniales e imaginativas a la hora de plasmarlas en proyectos concretos como lo habían sido cuarenta años atrás, en el momento en que las había dictado.
Pocos son los progresos que se han realizado en los campos de la ingeniería de la energía eléctrica o de la transmisión de señales por radio que no guarden alguna relación con las geniales ideas desarrolladas por Tesla. Desde luego, pocos son los hombres que, en el curso de su vida, ven cómo se plasman en la realidad los resultados de imaginación tan fecunda.